El viticultor grancanario ha sabido adaptar la vid al medio isleño a partir de unas prácticas culturales concretas que, junto a las condiciones medioambientales impuestas en cada vertiente, en cada valle, en cada ladera, han dado como resultado pequeñas parcelas de cultivo que forman su propio paisaje dentro del paisaje. Un paisaje de viñedo fragmentado y escondido que debemos descubrir y que se expresa con una diversidad de colores y de organizaciones tal que constituye la característica principal del paisaje de la vitivinicultura en Gran Canaria. Tal diversidad se traduce, igualmente, en una diversidad varietal y enológica extraordinaria.

La relación entre el territorio y el cultivo a través del trabajo del viñador ha generado, por su complejidad orográfica, una gran diversidad de paisajes: viñedos en hoyas, bancales, en laderas con fuerte pendiente, etc. La laboriosidad de los isleños ha ido generando un suelo sostenible, sujetándolo con los materiales geológicos más próximos, y organizando un espacio, que hoy se nos muestran como paisajes antrópicos de extraordinaria belleza y de un inmenso valor paisajístico y etnográfico.

 

Hemos de tener en cuenta que el viñedo tuvo un carácter industrial y exportador en el siglo XVI, pero este valor internacional se perdió por diferentes razones, y desde entonces, la vid ha sido un cultivo de consumo interno y, en la mayor parte de los casos, complementario de otras actividades agrícolas, por lo que su superficie ha sido reducida.

 

Es a finales del siglo XX cuando se ha comenzado a dedicar alguna superficie exclusivamente a la vid, aprovechando la gran tradición familiar existente en la mayor parte de las islas. También por una cierta demanda generada por el turismo y gracias al interés de algunos viticultores que han dado el paso de la elaboración familiar a una más profesional. Es en estos nuevos cultivos donde sé se observa una mayor preocupación por aspectos como: tipos de suelo, orientación, altitud, variedades a plantar o densidades de plantación.

 

Aun así, la mayor parte de los cultivos de la isla consiste en policultivos en los que la cepa comparte espacio con otras plantaciones, de forma original y curiosa que, junto a sus ubicaciones en escenarios de elevada belleza y vocación turística, generan paisajes de gran interés y, además, únicos.

 

El cultivo de la vid en Gran Canaria se encuentra fragmentado, generando un paisaje de viñedo discontinuo, en contraste con las grandes extensiones de los paisajes de viñedo propias de los medios continentales; con una abundancia de agrosistemas vitícolas que es resultado del trabajo de adaptación de los cultivadores a un medio difícil. Esfuerzo e ingenio que han dado lugar a paisajes naturales de mucho valor.

 

La abrupta y en ocasiones hostil orografía sobre la que frecuentemente se sitúan los parrales ha supuesto que haya una escasa mecanización de las labores, con un 28% de la superficie dedicada al cultivo de la vid asentado sobre pendientes que superan el 30% (16°), umbral por encima del cual se considera la viticultura como una práctica heroica.

 

Un heroísmo que también se refleja en su supervivencia frente a la sucesión de ciclos económicos agrícolas, al cambio del modelo económico agrario por el urbano/turístico y a la presión urbanística del medio rural.

 

Como parte del desarrollo natural que experimenta los paisajes, estos varían y evolucionan para garantizar su supervivencia. Así, y como resultado de la necesidad de buscar facilidades a las complicaciones orográficas anteriormente descritas y mejorar la producción, se han incorporado sistemas de plantación en espaldera que conviven con los sistemas tradicionales. En consecuencia, es habitual encontrarnos en una misma finca los sistemas tradicionales de cultivo: vaso rastrero, vaso alto y parral en pérgola alta o latada para las cepas más antiguas, combinados con los nuevos sistemas de conducción en espaldera, que permiten una mayor mecanización del cultivo y a su vez un ahorro de tiempo y mano de obra.

 

 

La situación geográfica, la diversidad climática y la importante tradición vitícola convierten a Canarias en una región con un importantísimo patrimonio vitícola. Es una de las cuatro únicas regiones a nivel mundial libres de filoxera: la horrible plaga que arrasó gran parte de los viñedos del planeta a finales del siglo XIX. Es por esta razón, que en este archipiélago se conserva la práctica de plantación en pie franco, es decir, que los sarmientos se plantan directamente en la tierra, sin ser injertados en un patrón o portainjerto americano, lo que posibilita una interacción total de la planta con el suelo y explica, a su vez, la mineralidad típica de los vinos de nuestro terruño.

 

Esta práctica vitícola prefiloxérica ha contribuido a mantener cepas de variedades ya extintas o con modificaciones a nivel molecular suficientes para que estas cepas originales hayan evolucionado para adaptarse a las condiciones del territorio y formar parte de la importante diversidad varietal de Canarias.

 

La variedad tinta más empleada por los bodegueros grancanarios es la Listán negro, mayoritaria en toda la comarca, seguida por la Tintilla, Vijariego negro, Negramoll y Castellana. Entre las variedades blancas, destaca de forma mayoritaria la Moscatel de Alejandría, seguida de Vijariego blanca, Pedro Jiménez, Listán blanco, Malvasía, Gual, Albillo, Marmajuelo y Forastera blanca.

 

El ámbito territorial de la Ruta del Vino de Gran Canaria coincide con el ámbito de protección y producción de la Denominación de Origen Protegida de Vinos Gran Canaria que, tal y como viene estipulado en su Reglamento y en el Pliego de Condiciones, comprende la totalidad de la superficie de la isla de Gran Canaria.

 

Según la expresión atribuida al humanista Domingo Doreste “Fray Lesco” a principios del siglo pasado, Gran Canaria es un “continente en miniatura”; una expresión que tiene su fundamento en la complejidad climatológica, morfológica y ecológica de la isla, donde el ser humano ha ido construyendo su paisaje acorde al medio físico.

 

En medio de las Islas Canarias, un archipiélago de origen volcánico enclavado en la zona del Atlántico Oriental denominada la Macaronesia, Gran Canaria posee un muestrario de paisajes muy poco corrientes. Se la reconoce por su peculiar forma redondeada, cuya perfección geométrica se ve alterada por los expresivos accidentes geográficos de La Isleta: un saliente a modo de península al noreste; la punta de Maspalomas al sur y la mordida en forma de media luna que presenta entre la punta de La Aldea y la punta de Sardina al noroeste. El Morro de la Agujereada, prácticamente en su centro geométrico, es el punto de mayor altitud de la isla con 1956 metros sobre el nivel del mar.

 

La formación de la isla ha sido producto de tres grandes ciclos eruptivos, intercalados por periodos de inactividad volcánica, durante los cuales han primado los procesos erosivos. Esta heterogénea distribución del volcanismo en la isla la ha dividido diagonalmente en dos vertientes con un acusado contraste geomorfológico: mitad suroeste o “Paleocanaria”, formada casi exclusivamente por el volcanismo de la etapa juvenil y que ha sido muy erosionada a lo largo del tiempo y la mitad noreste o “Neocanaria” ocupada por las erupciones estrombolianas más recientes. La combinación de estos factores geomorfológicos junto con la predominancia de los vientos alisios N-NE determina un marcado contraste climatológico y biológico. Así, en el noreste insular, sector denominado “Alisiocanaria”, percibe una humedad notable, debido a la influencia de los vientos alisios del noreste, que favorecen la formación de un mar de nubes durante buena parte del año en una franja comprendida entre los 600 y 1500 m de altitud que posibilita una densa vegetación. Por el contrario, en el sector suroeste o “Xerocanaria”, la sequedad ambiental es notoria, con temperaturas relativamente altas y poca vegetación.

 

Con un radio medio de 23 km y una superficie de algo más de 1560 km2, esta isla pliega su piel de forma que origina una red de barrancos radiales que descienden desde su cumbre, en el centro de la isla, hasta la costa. Siguiendo esta regla descendente y de vertientes expuestas a los vientos predominantes, la isla se organiza en distintos pisos de vegetación y ecosistemas singulares. De su perímetro costero destacamos, al norte, sus vertiginosos acantilados, mientras que, al sur, nos encontramos con sus paradisíacas playas de arena rubia. Asimismo, en el interior de la isla, hallamos diferentes ecosistemas que se generan en barrancos y lomas, y que varían a medida que se asciende, pasando de plantas suculentas y fauna invertebrada a bosques con una avifauna fascinante. Un auténtico “Jardín de las Hespérides” de especies de flora y fauna únicas en el mundo.

Este juego de relieves, las condiciones climatológicas distintas y el tipo de suelo son los tres factores medioambientales que, interrelacionados entre sí, van a definir el escenario de los paisajes de viñedos en Gran Canaria.

La Ruta del Vino de Gran Canaria nace de la relación de diversos elementos unidos por un compromiso común: crear un producto de carácter eminentemente cultural, con un enfoque al sector turístico y al desarrollo de un sistema económico sostenibile.

 

Son varios los servicios que dan vida a esta experiencia: la hostelería, con alojamientos y restaurantes; servicios enológicos con bodegas, espacios vitícolas visitables y guachinches/bochinches. No faltan comercios y tiendas especializadas, así como enotecas y agroindustrias. Juegan un papel imprescindible las empresas de turismo activo, turoperadores locales, y guías turísticos formados en enoturismo.